Dichoso mes, este que
comienza en los Santos y acaba en San Andrés. Hoy, último día de noviembre,
estoy de aniversario porque hace 13 años que entré en el bendito trabajo que me da sustento a mí y a
mi familia, en el que tanto he aprendido y me he desarrollado profesionalmente,
y en cuyo asador he puesto tantas veces, y las que queden, toda mi carne sin
temor a quemarme.
Líder: Término español,
derivado del inglés, “leader”, que significa guía.
Lieder: Término alemán, que
significa canción, y que españolizo por mi cuenta y riesgo para describir el
comportamiento de un líder que realmente no es tal.
Un lieder
canta. O da el cante. Canta al Sol – que es un modo no sé si elegante de decir
que es un cantamañanas – porque le fascina su brillo incesante, su poder, su
majestad. Mira constantemente arriba y no sabe tener los pies en el suelo. Se
siente seguro recibiendo la luz solar, de la que se considera en parte
propietario, y que distribuye a los demás creciendo o decreciendo según las
circunstancias. Es en este sentido un poco lunático, no “stricto sensu”, en
términos de salud mental; sino por aquello de hacer un poco la función de la
Luna. Distribuye luces y sombras a todos los que están bajo su potestad. Por otra
parte, no sabe moverse en la oscuridad, donde se siente especialmente incómodo
e inseguro, sin el calor del poder del astro rey. Es capaz por tanto de
cualquier cosa, sin ningún tipo de miramientos, por tal de preservar el favor
de su iluminación, esto es, el poder. Así pues, no deja de ser también una
especie de iluminado.
Un líder,
en cambio, más que cantar al sol, sabe encantar a la tierra, convencerla,
persuadirla, motivarla. Porque la conoce y la trabaja de sol a sol, se pone el
primero a servir y es capaz de arrastrar consigo un ejército de gente motivada.
No viene tanto a repartir luz tal que fuera una prebenda o una dádiva, como a
guiar hacia la luz a los que se mueven en la oscuridad. No le gusta llenarse de
barro, pero no se deprime por hacerlo. No detesta la luz solar, que agradece
cada mañana, pero sabe que sólo esperando amanecer el mundo no avanza. Ha
recorrido tanto mundo, y se ha equivocado tanto, que sabe por dónde hay que ir
hacia el éxito. Y lo más importante, convence a su gente como paso previo
indispensable para vencer las dificultades del camino. Convencer para vencer. Y
com-padecer para convencer.
NO existe liderazgo sin predicar con el
ejemplo, con la integridad, con la coherencia, con el esfuerzo, con el
sacrificio, con la verdad. El liderazgo no se gana con una varita mágica, en un
instante; sino teniendo un espíritu constante de entrega capaz de dejarse, si
falta hiciera, el lomo vareando todos los olivos de sierra Mágina.
El lieder
recibe la “potestas” que le viene de arriba. El líder se gana la “auctoritas” de los que tiene a su cargo. El lieder ordena a los suyos que le sigan.
El líder se mueve primero, y los
suyos siguen confiados el camino. El lieder
pide a los suyos que le entiendan. El líder
entiende a los suyos y sabe qué les pasa antes de que se lo expliquen. El lieder se alimenta del es-trés de los
suyos. El líder comparte el
es-fuerzo de los suyos. El lieder se
equivoca siempre por culpa de otros. El líder
se equivoca siempre por responsabilidad propia. Al lieder le gusta pedir explicaciones. Al líder le agrada darlas.
Como norma aconsejable, en cualquier lugar,
tiempo o circunstancia, creo que el mundo necesita muchos más líderes que
liederes. Pero en los tiempos que corren y en aquello que vivo y conozco, tengo
claro que no se trata tanto de norma aconsejable, como de cuestión de
supervivencia.
Nos va
el futuro en ello, creo. “¿Crees o estás seguro?” – me preguntó aquella tarde
en tono grave el riguroso, serio y profundo profesor gallego de “Sistemas
Lineales”. “Creo que estoy seguro”.