Al final, no han logrado salvarle. El
dispositivo de vigilancia intensiva desplegado, la unidad móvil, la medicación,
los cuidados, hasta el ánimo de la gente que se acercaba a visitarlo o el
despliegue de medios de comunicación que nos mantenían informados de la evolución;
todo esto no ha sido suficiente para mantenerle con vida. Creo que llegó
bastante enfermo. Hablo de un delfín. El delfín que apareció varado en una
playa española, y que no ha logrado sobrevivir. Me consta, porque así lo decían
en los noticiarios de estos días pasados, que el equipo de especialistas que lo
cuidaba no sólo hizo guardias permanentes, de veinticuatro horas, a pie de
playa, sino que también cuidaba detalles como mantener siempre orientada su
cabeza hacia el mar y no hacia la playa para que el malogrado delfín no se
estresara. Cuando oía esto en la tele, ironizaba para mis adentros, “así de mal
estaremos en España, que es mejor mirar al mar que hacia tierra adentro, porque
sólo mirarnos, estresa”.
Y fue el fin del delfín. Amigos, hemos
perdido en una playa de Tarragona a un joven ejemplar de una de las especies
más próximas en inteligencia a la humana, un cetáceo que nos trae aromas de
espectáculo, de fiesta, de vacaciones, de disfrute, de acrobacia, de habilidad,
de simpatía, de juventud. El pulpo Paul sí tuvo fama y nombre antes de morir, y
hasta acertó cuando predijo que España ganaría el mundial. Pero este delfín que
no tiene nombre se nos ha ido sin darnos tiempo a bautizarlo y sin posibilidad
de que, una vez sanado, lo tomáramos como mascota predictiva y motivadora para
la inminente Eurocopa.
Y la otra noticia del medio día de hoy
era el debate de si hay o no apocalipsis económico en España. Así mismo lo he
oído. Con la prima de riesgo que a veces sube y a veces baja, a veces nos ahoga
más y a veces menos, como la marea, España sigue varada en la playa, y no
sabemos si tendremos el fin del delfín.
Pero en España, como somos así,
mezclamos la tragedia y el espectáculo con toda normalidad, hasta en los titulares
de las noticias. La tragedia de un país que se va al garete porque no hay ni un
euro para nada con el espectáculo casi cinematográfico de un delfín atendido
exquisitamente por el que probablemente esté considerado como el sistema de
salud más completo y generoso del mundo, donde hasta los delfines que llegan a
nuestras playas están perfecta y exquisitamente cubiertos.
Hay que ser toreros para saber mezclar
tragedia y espectáculo con naturalidad. Y hasta con arte. Y en España, guste o
no guste, somos muy toreros. Somos así.
“A España se le ha muerto el delfín”.
Menudo titular en estos tiempos de crisis y zozobra económica. Además de un
cetáceo, el delfín es, en sentido más amplio, el sucesor de alguien o algo. Si
forzamos la metáfora, es el futuro. Quiera Dios que, en este sentido, no sea
cierto que a España se le ha muerto el delfín. Yo estoy convencido que sólo se
nos ha muerto un cetáceo. Porque como se nos haya muerto el futuro, varado en
una playa española, entonces sí que habrá que prepararse para escribir la
crónica del fin...