"Hoy puede ser un gran día, plantéatelo así. Aprovecharlo, o que pase de largo, depende en parte de ti"


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viernes, 23 de marzo de 2012

"El Retablo de la Pasión y la hora de la verdad" - Artículo para el Anuario de la Unión de Cofradías de Semana Santa de Úbeda - 2012

El Retablo de la Pasión y la hora de la verdad

“Cuando yo muera, Madre, no me olvides.
Acógeme también en tu regazo.”


            Estos versos forman parte del comienzo de la pieza “Virgen de las Angustias”, de “Retablo de la Pasión – Úbeda Canta”, que es de Jesús Romo y Ramón Molina; que de alguna manera es de (o es por) Francisco Esteban,  Ramón Ramos, y la Agrupación Coral Ubetense; pero también y sobre todo,  es de (y es para) Úbeda y su Semana Santa.

            El Arte es un medio de comunicación del alma. En todos sus órdenes y disciplinas en general, y en la Música de un modo particular y especialmente relevante. La creación artística se vale de una serie de medios y habilidades técnicas para expresar sentimientos. Y es tanto más bella cuanto más nítidamente consigue recoger y reflejar en lo tangible, visible o audible de una obra todo lo intangible, invisible e inaudible de tales sentimientos.

            Por tanto, si un músico está inspirado y compone una bella pieza, es porque aquello que alberga en su alma encuentra en una sucesión y conjunción de melodías, ritmos y armonías el canal apropiado para salir y llegar a otras almas. Si desahogarse es compartir sentimientos, podemos decir que componer y escuchar música no deja de ser un desahogo del alma.

            Por eso tantas veces los momentos más intensos en la vida de un artista suelen provocar la composición de muy inspiradas piezas. Uno de estos momentos intensos podríamos denominarlo “la hora de la verdad”. Ese momento en que nos enfrentamos cara a cara con la muerte. Bien porque nos toca de cerca, bien porque vemos que nos va tocando por la edad, o bien por cualquier otra causa. El alma se llena de complejos e intensos sentimientos que cuando encuentran un buen canal, un puente musical bien construido, pueden drenar hacia afuera, y conectar con muchísima gente, porque la idea de que algún día partiremos de este escenario del mundo es factor común en  todas las épocas y culturas; y porque todos, sin excepción, hemos vivido de cerca alguna vez alguna “hora de la verdad”.

Y en la Historia de la Música encontramos multitud de ejemplos sobre esto. Verdi, un genial compositor de óperas bellísimas, se vio a sus sesenta y un años tan conmovido por la muerte de su íntimo amigo Alessandro Manzoni, que compuso un Requiem que no sólo contiene maravillosas armonías, coros y arias, sino que está lleno de una inspiración que nos permite evaluarlo como algo totalmente distinto al resto de obras que compuso en su vida. Mozart creó su inefable Requiem mientras notaba cómo la vida se le escapaba tan rápidamente como intensamente discurrió. Haëndel hizo el grandísimo oratorio de “El Mesías” cuando acababa de superar una  cruel enfermedad que lo enfrentó duramente con su propia muerte. En nuestras marchas procesionales tenemos otro ejemplo lleno de dolor y ternura: la marcha de la Virgen de las Angustias, que don Victoriano García compuso cuando murió su hija, es a mi juicio una de las más inspiradas, sublimes y bellas piezas musicales que adornan nuestra Semana Santa. La audición sosegada de esta marcha, tanto más si es en la tarde del Viernes Santo en el Claro Bajo de San Isidoro, nos hace conectar de modo natural y emotivo con el corazón roto de un padre – un compositor descompuesto de dolor -  que pierde a su hija, y cómo no, con el corazón atravesado de una Madre angustiada que pierde a su Hijo.

            Un músico puede estar toda su vida componiendo, creando músicas bellas y hermosas. Adquiriendo y refinando habilidades técnicas de composición reconocidas por todos, sea con preciosas sinfonías, con magníficas óperas, etc… pero llega la hora de la verdad. Y el músico se ve solo ante la tumba de un ser querido, ante la enfermedad o ante su propia muerte. Y la música que compone en ese momento nos trae lo más auténtico y profundo de ese músico. Es la música más llena de inspiración profunda, también la más seria y digna de respeto. Es la música cuyo compás marca más que nunca una cuenta atrás. Es la música de la hora de la verdad.

            Eso pienso que pasó con el maestro Jesús Romo Raventós. Un Catedrático de Armonía, muy bien considerado en la profesión, tanto como para que el propio Pablo Sorozábal lo recomendara a la Casa de Úbeda en Madrid. Un músico que había compuesto mucho de lo que tocaba componer en la España de su época: música de revistas, musicales, romanzas, zarzuelas... Y en los años ochenta, cuando ya está jubilado, y afronta el último tramo de su dilatada vida, recibe un raro encargo. Siente una llamada. ¡¡ Re-Si………… Re………… Sol…….. Si…….. Re-Si-Sol……. !! Así suenan los lamentos de las trompetas de Jesús en la madrugada del Viernes Santo. Así suena el comienzo de “Retablo de la Pasión”. Y así pudo sonar la llamada del destino al corazón de Jesús Romo. Una llamada del destino que lo atraía a Úbeda y su Semana Santa, a la que vino invitado como un espectador más de cuantos miles vienen y se asombran cada año. Qué extraño imán el de este monte Tabor que está esculpido en la fachada de la Capilla del Salvador, y en el que se convierten los cerros de Úbeda para tantos que vienen, dicen “qué bien se está aquí” (Mt. 17, 4), hacen “choza” y se quieren quedar al calor de esta monumental piedra dorada. Jesús Romo, en el atardecer de su vida, quizá sintió, como San Juan de la Cruz, este extraño magnetismo y encontró una buena palestra para ser examinado en el amor en esta tierra que produce el “oleum” con el que se unge a los valientes antes de enfrentarse a una importante y arriesgada misión.

            Aunque yo era muy joven, tuve la suerte de ser testigo presencial directo del día en que el maestro Romo explicó públicamente que Francisco Esteban, también en su “hora de la verdad”, le encargó la composición con estas palabras: “no quiero morir sin ver que Úbeda pueda cantar su Semana Santa”.

            Y Jesús Romo comenzó a componer el “Retablo de la Pasión”. Posiblemente el retablo de su propia vida, que veía ya desde la perspectiva de los muchos años vividos, y desde el sentimiento profundo de la cercanía de la hora de la verdad. Los inspiradísimos versos de Ramón Molina, la música de nuestras marchas, el resto de sonidos de nuestra Semana Santa, nuestro ambiente en esta semana única del año, y todo en su conjunto; le propiciaron al maestro, estoy convencido de ello, un auténtico aldabonazo en el alma. Una especie de revelación como la que tuvieron aquellos ancianos y sabios reyes de Oriente cuando conocieron al Salvador y que les impulsó a “volverse por otro camino” (Mt. 2, 12). El maestro Romo tenía técnica musical, mucha. Conocimientos de Armonía, profundísimos. Experiencia en composición, demostradísima. Era anciano y sabio. Y de repente, acaso sin saber muy bien por qué, se vio componiendo un grandioso y originalísimo oratorio sobre la Pasión del Señor según Úbeda. Algo que nunca antes había hecho, y que probablemente jamás imaginó hacer. Y que, en el atardecer de su vida, le hizo orientar su devenir espiritual por otro camino …

Estimado lector, si quieres saber cómo suena una profunda pieza religiosa compuesta en una de las “horas de la verdad” de un magnífico compositor de óperas del siglo XIX, escucha el Requiem de Verdi. Si lo oyes superficialmente, te sonará simplemente a hermosos números corales o ariosos de una ópera; pero a poco que te detengas con tranquilidad, comprobarás que es mucho más que esto, porque conectarás directamente con lo más profundo del alma verdiana. Si quieres saber cómo es una profunda pieza religiosa compuesta en la “hora de la verdad” de un magnífico compositor de zarzuelas del siglo XX, adéntrate en “Retablo de la Pasión”. En este caso, si lo oyes superficialmente, pensarás que bien parecen números recitativos, corales y romanzas de música española del siglo XX sobre bases melódicas y armónicas muy dispares, de un montón de marchas procesionales y de otros sonidos ancestrales de nuestra Semana Santa. Pero a poco que lo escuches con los oídos del alma, verás que es muchísimo más que esto.

            Una curiosidad. Jesús Romo se basó, como decía antes, en las músicas de nuestras marchas y en los sonidos más tradicionales de nuestra Semana Santa para componer el “Retablo”. Pero hay una parte de esta obra que no tiene absolutamente nada que ver con ningún sonido de la Semana Santa de Úbeda. Es en el comienzo de “Las Angustias”, tras el recitativo de tenor solista que describe de modo impresionante el ambiente trágico de la tarde de Viernes Santo en Úbeda.

“Virgen de las Angustias, Altar cierto,
donde reposa Dios que es tu hijo muerto,
en sacrificio puro del abrazo.
Cuando yo muera, Madre, no me olvides.
Acógeme también en tu regazo”

¿Quiso Jesús Romo dejar aquí su firma más personal en la última gran obra que compuso antes de morir? ¿Son estos versos los que mejor resumen y explican lo que el maestro sintió componiendo el “Retablo” como una respuesta a una curiosa llamada del destino? ¿De dónde procede esta música? ¿Está inspirada en alguna canción de cuna que el maestro oyera cuando, recién nacido, estuviera en el regazo de su madre? Estas preguntas, querido maestro, no me dio tiempo a hacérselas. Pero, ¿sabe una cosa? Cuanto más oigo el “Retablo”, cuanto más lo interpreto, cuanto más lo disfruto, y también cuantos más años cumplo, más convencido estoy de que algo de verdad y no sólo de lirismo hay en todas estas suposiciones mías. Cada vez que oigo esta pieza, más me evoca su melodía a una canción de cuna que un niño que luego quiso ser músico pudo escuchar en el regazo de su madre, y más me suena su ritmo a los golpes de un anciano compositor que llama con insistencia a las puertas del cielo sin más equipaje que el “Retablo” de su vida bajo el brazo.

            Quizá no somos conscientes que esto impregna a “Retablo de la Pasión” de una originalidad tremenda. Es pieza musical única,  acaso irrepetible. Una joya de Úbeda.

            Por otra parte, “Retablo de la Pasión” reúne en sí mismo dos realidades complementarias, que se reproducen cada año en Úbeda cuando finaliza la Cuaresma y sin las cuales no existiría ni tendría sentido que existiera el peculiar modo en que nuestra querida ciudad  vive la Semana Santa. Estas dos realidades complementarias son en definitiva los dos extremos de un hermoso sistema de comunicación: por una parte, como emisor, está la vivencia intensa y profunda del pueblo de Úbeda, que lleva en su ADN el espíritu cofradiero, y que cada Semana Santa se exterioriza saliendo a las calles de un modo tan plástico y tan atractivo. Por otra parte, como receptor, están todas las gentes que vienen a ver, sea desde la devoción, sea desde la simple curiosidad, sea por lo que fuere, nuestra Semana Santa. En el “Retablo”, los versos de nuestro poeta Ramón Molina representan este sentimiento íntimo del alma cofrade ubetense, y los acordes de Jesús Romo simbolizan a las gentes que cada año nos rodean y arropan dando sentido a esta gran fiesta religiosa que tiene como principal misión la comunicación al mundo, a todo el mundo, del gran mensaje:  la “divina verdad de que Jesús es la vida, y la vida reparte”. (“Resurrexit”, de “Retablo de la Pasión”).

            Y este artículo está en este anuario porque “Retablo de la Pasión” cumple veinticinco años. Bien está que así sea. Creedme que es una auténtica efeméride, digna de ser celebrada. En lo antropológico, y en nuestro siglo, cumplir veinticinco años puede ser algo natural en un chaval europeo o toda una proeza, casi un milagro, en un niño etíope. Y aunque no quiero dramatizar, pienso – sé - que en el “Retablo” hay más connotaciones de lo segundo que de lo primero. Pero ha sobrevivido. Se sigue cantando. Incluso, ahora, con orquesta. Está vigoroso. ¡¡Vive!! Aunque en múltiples ocasiones haya estado al borde la muerte. “Retablo de la Pasión” sabe mucho de lo que hemos denominado antes “la hora de la verdad”. “Retablo de la Pasión” ha tenido muchas “horas de la verdad” en las que se ha enfrentado fríamente con la soledad menos sonora, la del silencio y la indiferencia. Esta criatura de veinticinco años ha tenido una vida dura y difícil. Llena de obstáculos. De enfermedades. De operaciones de urgencia. De múltiples tratamientos buscando la supervivencia. En fin, horas y más horas de la verdad, de las que siempre ha salido airoso – dejadme que diga que tuvo buen médico y buena auxiliar de enfermería, muchos sabéis a qué y quiénes me refiero… - ; muchas horas de la verdad en las que se ha impregnado de aún más cariño, si cabe, que con el que fue concebido, creado y montado.
           
            Pido a las generaciones venideras sólo una cosa. Mirad: si un día, que ojalá nunca llegue, se dejara de cantar el “Retablo”, cuidad por favor que quede bien custodiado en algún seguro rincón de alguna piadosa biblioteca, o en algún directorio de un generoso disco duro, para que alguien algún día pueda redescubrirlo y llegar a ver cómo de grande y cuánto de profunda es esta obra que es tan ubetense y también tan universal como universal es la Semana Santa, la “hora de la verdad” y la Historia de la Salvación. Algo así ocurrió, para fortuna de la Humanidad, con la “Pasión Según San Mateo”, de J.S.Bach, probablemente la obra más grande que jamás creó el ingenio humano - y esta frase no es mía - pero que aún así durante más de un siglo sólo produjo silencio desde un olvidado estante de una biblioteca.

            Veinticinco años es un cuarto de siglo. Oí una vez a un obispo, hablando sobre su Ministerio, que “lo peor son los primeros veinticinco años”. Bueno. Pues el “Retablo” ya los ha pasado.

Mandan los cánones y sobre todo piden el cuerpo y el alma agradecer y felicitar sinceramente:

            A Ramón Molina Navarrete: por aquél bellísimo pregón de 1983, alto, único, tremendo, entero en verso, que inspiró al inspirador del “Retablo”.

A Francisco Esteban Santisteban y a todo su equipo de la Casa de Úbeda en Madrid: por una genial idea y un determinante impulso inicial.

            A Jesús Romo Raventós: por querer venir a desembocar la producción musical de su vida en estos sotos cofradieros ubetenses y por dejarse la piel del alma entre tantos y tan bellos acordes con los que vistió de tanta hermosura musical los preciosos versos de Ramón Molina.

            A Ramón Ramos Carrero: por ser tan genial como valiente y por ser el auténtico fuelle que ha dado aire a los pulmones que han cantado y mantenido vivo el “Retablo”.
           
            A la Agrupación Coral Ubetense: porque todos vuestros corazones juntos son el bendito cofre que con tanto cariño ha guardado el “Retablo” como una joya y nos permite, un cuarto de siglo después, seguir disfrutándolo y compartiéndolo.

            A la Unión de Cofradías de Semana Santa de Úbeda, por haber cogido este testigo de amor con palabras y con obras, grabación del “Retablo” incluida.

            Y en nombre totalmente propio, gracias también a mi gran amigo Rafael Gómez Cayola, por llegar con Ramón Ramos aquella tarde de hace veinticinco años a mi casa, en mi primera “hora de la verdad”, para llevarme a conocer este “Retablo” que tan raro me sonó aquél día pero que me marcó para siempre.

            Que sean muchos más. Los años que cumpla, los cantores y músicos que lo interpreten, los oídos que lo escuchen, las almas que lo disfruten.

            Con todo mi respeto, cariño y admiración a todos los que habéis hecho, seguís haciendo, y estáis dispuestos a hacer en el futuro, este “Retablo” tan hermoso. Un abrazo grande y un aplauso inmenso.


                                               Adrián Navarrete Orzáez

sábado, 10 de marzo de 2012

Crisis - Artículo para revista La Columna 2012

Crisis

El agua no es mala en sí. Lo malo es ahogarse en ella.


            Las cofradías de Semana Santa que hoy conocemos se asientan doblemente en este término, crisis, que en los frenéticos, complejos y duros tiempos que vivimos tanto nos llena nuestro día a día y tanto nos vacía de otras cosas.

Crisis es una palabra que tiene origen griego y sonoridad de vasija rota en su pronunciación. Significa ruptura, separación, cambio importante. Actualmente también significa escasez, dificultad, complicación en general.

Este es el segundo artículo que para mi querida Columna escribo tirando al monte de la etimología griega. Y es que soy de ciencias, qué le vamos a hacer. Así que para no aburrir, intentaré ser especialmente breve, sintético y claro a pesar del espinoso asunto sobre el que me he puesto a escribir, que bien daría y da para capítulos y libros enteros.

Un párrafo para el primero de los orígenes de nuestras cofradías: en la Baja Edad Media, y de modo especial en el siglo catorce, la miseria y la peste, la pobreza y la enfermedad, asolaban Europa y España. Esta circunstancia, unida a la tradición de los gremios que venía de algunos siglos atrás, cuando se desarrollaron los oficios en las florecientes ciudades, propició la aparición de las primeras cofradías o hermandades. Estas cofradías tenían por tanto un claro tinte gremial, fraternal, y la principal misión de las mismas era ayudarse. Ante la pobreza y la enfermedad. Ante la crisis. Estas cofradías eran por tanto, una respuesta a una crisis. Tenían su origen en una crisis. Eran cofradías para consolar en el dolor, ayudar en la pobreza, acompañar en la soledad. Seguro que nos viene a todos un claro ejemplo ubetense de esto.

Otro párrafo para el segundo de los orígenes, que es algo posterior. Se sitúa en el Renacimiento, donde hubo otra crisis tremendamente importante. No tanto de escasez o de epidemias, como de ruptura con un modelo político, social, económico y cultural, el Feudalismo, que estaba agotado. En lo religioso también hubo ruptura, división, cisma. Hablamos de la Reforma Protestante en la primera mitad del siglo dieciséis con Lutero a la cabeza, que sumió en un gran cambio, una ruptura, una crisis de fe a la Iglesia cristiana, que no vivió precisamente su mejor época en los siglos inmediatamente anteriores. En esa crisis, se convocó el Concilio de Trento (1545-1564), donde entre otras muchas cosas, de modo claro se daba un espaldarazo a las imágenes, a la devoción, y al ejercicio de la Caridad como mejores medios de propagación y enseñanza de la Fe. Y aquí comenzaron a fundarse muchas cofradías que promovían mucho la devoción y la expresión pública de la Fe. Estas cofradías tenían una clara componente devocional, cultual, procesional. Por ejemplo, todas aquellas que se fundaron para acompañar en el camino del calvario a Jesús cargado con la cruz. Seguro que también nos viene a todos otro claro ejemplo ubetense. Estas cofradías por tanto también tenían su origen en una crisis. También eran una respuesta a una crisis.

Unas líneas con una primera reflexión: por eso las cofradías que hoy conocemos, y sus estatutos fundacionales, se apoyan tanto en estos pilares básicos que están en su propio origen histórico: el devocional y el caritativo. La propagación o propaganda de la Fe, y la Caridad o la ayuda fraternal al prójimo. Y estos dos pilares se erigen para superar una crisis: la crisis de la pobreza y la enfermedad, que despierta la ayuda entre hermanos; y la crisis de la ruptura, o cisma de los cristianos, que suscita la necesidad de propagar, de pregonar, de expresar públicamente la Fe. No en vano, el apoyo en estos dos pilares ya ocurría en las primeras Semanas Santas de la Historia, en las que quedaban aún muchísimos siglos para que se fundaran las primeras cofradías. Sabemos que los primeros cristianos no se avergonzaban de expresar públicamente su fe, al contrario, lo hacían con orgullo, a cara descubierta, y aun a riesgo de sus vidas; y sabemos que los primeros cristianos eran modélicos en términos de amor al prójimo. Sabemos que los primeros cristianos, en definitiva, eran grandísimos cristianos.

Ahora una cuestión tecnológica. Fijaos en esto: Gutenberg inventó la imprenta allá por 1450. Fue este un adelanto tecnológico tan importante, que sin la imprenta el Renacimiento quizá no habría existido tal como fue, y sin la imprenta la evolución del mundo habría sido muy distinta en los siglos posteriores. Sin la imprenta, Lutero (1483-1546) jamás podría haber difundido a gran velocidad sus tesis protestantes en la primera mitad del siglo dieciséis. ¿Fue este cisma de los cristianos, esa crisis de la Reforma y la Contrarreforma, una especie de indigestión provocada en gran medida por un importante avance tecnológico?  Puede ser.

            Y ahora estamos inmersos en otra gran revolución tecnológica, que nos ha traído esto que viene en denominarse Sociedad de la Información, que incluye inmediatez en las comunicaciones, accesos rápidos, globales y eficaces a todo tipo de informaciones, creación de foros y redes sociales de ámbito mundial, etcétera. Pensemos que gracias a la imprenta, un burgués del siglo dieciséis podía meter en una habitación de su casa una parte de los libros que pudiera haber en algunos monasterios; pero hoy un joven adolescente tiene al alcance de su móvil,  que sostiene en su propia mano, más información de la que había en todos los monasterios de la Edad Media. Es como para reflexionar. ¿Tendremos en un futuro, o tenemos ya, otra indigestión? Puede ser.

            El mundo está en crisis. España está en crisis. Probablemente la Semana Santa está también afectada por la crisis. No sólo la económica, de escasez y pobreza. También la de un cambio profundo, quizá alentado por un factor tecnológico determinante, que puede hacer replantearse a las cofradías su modo de existir en este mundo tan complejo, globalizado y cambiante.

            ¿Qué hacer? La pregunta del millón. Ojala tuviera yo la respuesta acertada. Mientras la sigo buscando, tengo esta propuesta: hagamos caso a Jesús, el que estuvo atado a la columna sin descomponer el rostro, el que dijo a Nicodemo que “el que no está dispuesto a nacer de nuevo no puede ver el Reino de Dios” (Jn. 3, 3), el que dijo a sus discípulos que “si no cambiáis y os hacéis como niños no entraréis en el Reino de Dios” (Mt. 18, 3). Entre un océano de informaciones, palabras y conceptos donde tienen que crecer y aprender a nadar sin ahogarse, los niños entienden perfectamente la fuerza de una imagen, y el calor de un abrazo. Ahí no se pierden, ni se ahogan. Así de sencillo. Así de limpio. Así de claro. “En tiempos de crisis, no hay que hacer mudanza”, dijo San Ignacio de Loyola en pleno siglo dieciséis. Mejor asentarse bien sobre los auténticos pilares. Sobre roca firme. Mientras las cofradías tengan cristianos orgullosos de serlo y de expresarlo públicamente – la fuerza de la imagen - , y dispuestos siempre a ayudar al prójimo – el calor de un abrazo - , ninguna crisis será una amenaza. Al contrario. Será una oportunidad de demostrar qué tipo de gente es un cristiano de verdad.

            Los cristianos sabemos que la Resurrección de Jesucristo provocó la mayor crisis de la Historia de la Humanidad. Porque supuso una ruptura, un cambio radical que marcó un antes y un después, no sólo en la forma de numerar los siglos, sino en la forma de vivir y entender la vida.

            La crisis, como el agua, no es mala en sí. Aunque caiga – me refiero al agua - justo en la tarde del Jueves Santo. Lo peligroso del agua, y de la crisis, es que nos ahoguemos en ella. Lo bueno y lo malo del agua y de la crisis, está en nosotros. En cada uno de nosotros. Está en la medida en que sepamos traducir cada escollo que amenace con hundirnos en una roca donde apoyarnos, cada dificultad en una oportunidad, cada problema en el comienzo de una solución.

            He hablado mucho de Fe y Caridad en este artículo, porque son pilares básicos de nuestras cofradías y roca firme en la que apoyarse en tiempos de crisis. Pero os habréis dado cuenta que de lo que estoy hablando realmente es de Esperanza, que deseo tengáis con colmo a todos los que andéis necesitados de ella.

            Ya veis, hermanos, ser honestamente tradicional no está reñido con ser honestamente optimista. Pienso que a pesar de las dificultades, al final todo puede ir sobre ruedas. ;-)

            Un abrazo fraternal

                        Adrián Navarrete Orzáez – Cofrade 775.