"Hoy puede ser un gran día, plantéatelo así. Aprovecharlo, o que pase de largo, depende en parte de ti"


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miércoles, 22 de enero de 2014

A mi padre

El 19 de junio de 2010 dije estas palabras a mi padre, en el homenaje que sus hijos y sus amigos le organizamos por su jubilación. Me emociona releerlas ahora, una vez pasado el 13 de enero de 2014 que ha hecho ya marca imborrable en mi vida. Pero sobre todo me reconforta mucho releerlas, y más aún, cerrar los ojos y ver de nuevo su cara mirándome mientras le decía estas cosas, en las que me reafirmo letra por letra, palabra por palabra.


"Papá, eres la persona a la que más admiro en el mundo, y la persona a la que más debo lo que soy y lo que tengo. Y hoy, que estamos pasando este rato tan bueno en tu honor, es buen día para decírtelo públicamente, alto y claro.

Eres un auténtico maestro. Y aunque te jubiles, lo seguirás siendo siempre. La palabra magisterio proviene del griego “mayeo”, que significa “ayudar a parir”. Qué hermoso. Has estado cuarenta y siete años ayudando en el tantas veces doloroso parto de entender las Matemáticas a ubetenses de tres generaciones. ¿Cuántas veces te ha dicho un padre de alumno “gracias” porque desde que enseñas Matemáticas a su hijo las entiende? Muchas, tú lo sabes. ¿Cuántos alumnos te han agradecido tu modo de hacer fáciles e interesantes las Matemáticas? Muchas, también lo sabes.

Y sobre todo, fíjate cómo has sacado lo mejor de cada uno de tus cuatro hijos. Cuatro hermanos, que somos una piña y que daríamos la vida por nuestro padre, porque nuestro padre ha dado su vida, su vida entera, por nosotros. Con qué sencillez, con qué naturalidad, has sabido sacar lo mejor de cada uno de nosotros y nos has hecho personas muy felices, cada cual con su personalísima forma de ser. Y lo has hecho con absoluta naturalidad, con toda sencillez. Como los grandes maestros, que lo resuelven todo natural, sencilla y modestamente, por complicado que sea. Que lo hacen todo fácil: sea la temida asignatura de las Matemáticas o el apasionante reto de la vida.

Admirado padre y maestro: siempre te ha gustado más enseñar a sumar que a restar, a multiplicar que a dividir. Durante tres años no sólo fuimos padre e hijo, sino también maestro y alumno. Esos años tú me explicaste los números enteros y los naturales. Pero sobre todo, me has enseñado a afrontar con entereza y naturalidad todos los envites de la vida. Esos años tú me explicaste a resolver los sistemas de ecuaciones, pero ante todo me has enseñado a solucionar los complicados sistemas de ecuaciones que tantas veces la vida nos plantea.

No conozco a nadie más generoso que tú. A nadie más bueno que tú. A nadie más humilde que tú. A nadie más genial que tú.

Como buen maestro, has sabido enseñar de la mejor manera que existe: con coherencia, con ejemplo, con humildad y con naturalidad. También con prudencia y con paciencia. Pero tu mayor enseñanza, para todos los que te rodeamos, es que has sabido llevar la carga de la vida, el yugo de los problemas, con tanta naturalidad y con tanta maestría que has despertado admiración de la más buena y profunda no sólo en tus hijos, sino en todos los que te conocen. Has demostrado que toda carga es llevadera. Que ningún yugo es demasiado pesado. Que se puede ser feliz. Que todo problema tiene solución. Que ninguna estridencia tiene sentido. A ti hemos ido cada vez que nos hemos sentido cansados o agobiados, y tú nos has aliviado. De ti hemos aprendido lo mismo a resolver problemas matemáticos que problemas vitales, lo mismo a resolver quebrados que a animar a abatidos. En fin, nos has enseñado a vivir.

Te jubilas ahora, y mira por donde te coincide con dos hechos muy importantes: por una parte Lolina, tu queridísima Lolina, nuestra admiradísima Lolina, está totalmente preparada y dispuesta para tomarte el relevo del Magisterio que tú cogiste de tus padres, y por otra parte también coincide tu jubilación con el aumento de la familia, con la extensión generacional de tus benditos genes, esos que también heredaste del abuelo Adrián y la abuela Lola, y que ya corren por el cuerpecillo de tu preciosa nieta Lola que te tiene “embobaico” perdido, por el del pequeño embrión que Jose y Mária miman cada día y que hoy está dando tretas de alegría en honor a su abuelo Adrián, y por todos los que vengan después.

Papá, que Dios te dé una larguísima jubilación donde recibas de tus cuatro (más cuatro) hijos, de tus “n” nietos, y de tus infinitos amigos, tanto amor como has derramado tan generosa y sencillamente durante toda una vida. Me quedo corto, muy corto, diciendo un simple “te lo mereces”. Tus padres y tu mujer, desde allí arriba, y tus hijos y tus nietos, desde aquí abajo, estamos todos orgullosísimos de ti.

Voy terminando con una cita bíblica, del evangelio de San Mateo, que fue la lectura del día que mamá y tú os casásteis, un viernes 9 de junio de 1972, festividad del Sagrado Corazón de Jesús. Cuanto más la leo, más veo que esta cita tiene mucho que ver contigo, papá, y no sólo por ser el evangelio que se leyó el día de tu boda:

“En aquel tiempo, exclamó Jesús:
-«Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.» “
Hay cosas grandísimas, que nos llenan de alegría y nos hacen inmensamente felices, absolutamente felices, y que no se pueden explicar, y que no se entienden hasta que no se viven en primera persona. Una de ellas es la de ser padre. Y otra, la estoy viviendo ahora mismo. Y consiste en poder decir delante de todos vosotros, pero sobre todo, delante de mi hija de mi alma: Papá, muchísimas, muchísimas, muchísimas gracias.

Tu hijo Adrián."

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