"Hoy puede ser un gran día, plantéatelo así. Aprovecharlo, o que pase de largo, depende en parte de ti"


.

sábado, 15 de marzo de 2014

A ti, que eres mi vida entera


https://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=q2wX7saNsLE


Traigo hoy aquí un recuerdo imborrable de mi juventud, que nunca había contado antes, pero que últimamente no para de resonar en mi cabeza. Y en mi corazón.

Sería una tarde del otoño de 1986. Íbamos en un Renault 9 mi padre, mis tres hermanos y yo. Íbamos por la famosa recta de la N322 dirección a Úbeda. Esa tarde habíamos estado en el campo. Mi madre se quedó en Úbeda porque tenía algo que hacer o había quedado con alguien. Esos días todavía llevaba una vida muy normal a pesar de lo avanzado de su enfermedad, que desde unos meses antes la tenía condenada y sin solución posible, según comunicó por teléfono el médico de Madrid a mi padre y único depositario de esta terrible información, cuando le confirmó que ya no tenían que ir a más revisiones a Madrid porque no había nada que hacer.

Mi padre aún no había cumplido los 41 años. Tenía exactamente la misma edad que yo ahora.

A mi madre le encantaban las canciones de José Luis Perales. Teníamos varias cintas en aquél Renault 9.

Y sonó esta canción en el coche. Canción de Otoño. Lo recuerdo como si hubiera pasado ayer mismo. Y mi padre la cantó con tanta fuerza y emoción como para que se me quedara ese viaje para siempre guardado en el recuerdo. Cada vez que cantaba “A ti, que eres mi vida entera…”, intercalaba un “mamá” que le salía del alma y que sus hijos acabamos cantando a coro con él cada vez que llegaba el estribillo.

Esos días él ya sabía cuál, y casi cuándo, iba a ser el final. Y cantó aquello dedicado a su mujer, y junto con sus cuatro hijos, el mayor con 13 años, la menor con 6. En la nacional 322. Dios, con qué coraje. Y en la carretera de la vida. Cercano a un umbral de comienzo de un viaje que sabía que le tocaba capitanear en breve y en solitario con una tripulación de niños, cuatro, que se dice pronto, a los que llevar desde la infancia hasta la edad adulta, pasando por la adolescencia, y por todas las dificultades que la vida siempre depara a todo el mundo, si bien es cierto que hay gente que consigue superarlas con tanta maestría que bien parecería que no se topó con tales dificultades durante su existencia.

Este viaje, el de la recta de la N322, ocurrió. Así, como lo cuento. Con todo el escalofrío con el que como padre que soy hoy examino a toro pasado - y vaya toro y vaya torero - estos acontecimientos. Si no fuera porque los viví desde dentro, pensaría que no fueron así, que están exagerados. Pero esto no es el guion inventado de una película sensiblera. Es una vivencia del que esto escribe, que fue testigo de cariños y también de discusiones de sus padres; de encuentros y desencuentros, de momentos hermosos y complicados, de besos y de reproches, de todo aquello que vemos y vivimos en cada familia normal y corriente porque estamos hechos de una pasta imperfecta pero con la que con cariño y calor mutuo, se pueden moldear formas hermosísimas y perdurables. Eternas. Así que digo verdad: fui testigo de muchas cosas y también de hechos como el que cuento – y este no es el único - que son toda una cátedra de amor y coraje de la que aprender toda una vida.

Y lo comparto aquí, con cierto pudor por exteriorizar un recuerdo muy hermoso pero muy íntimo de mi infancia, porque al final no me ha dado tiempo de hablar de este recuerdo con mi padre. Y es que cuando se pierde a un padre es cuando uno se da cuenta de la cantidad de cosas que tenía pendientes de comentar con él. Ya sé que es un tópico. Pero también es una verdad auténtica que a veces me sigue quitando el sueño. Y precisamente por ello no quiero dejar en mi “debe” esta cuenta pendiente de comentar y compartir con quien quiera leer y aprovechar esto.

Y lo comparto aquí porque es una bellísima y auténtica historia de amor. Que no fue amor de un día, de una tarde, de una canción. Esa canción cantada por mi padre a mi madre a viva voz aquella tarde de otoño del año 86 tenía un histórico previo precioso, un presente durísimo como para derrumbarse en el sitio, y sobre todo, un futuro en ese momento incierto aunque también lleno de fe y esperanza: años y años de hacer realidad una idea, de hacer tangible una canción, de hacer del amor y la entrega una bellísima realidad que se puede ver y tocar, de hacer permanentemente presente en su vida y la de sus hijos a la mujer de la que siempre permaneció enamorado. Y ese histórico de entonces y ese presente de entonces y ese futuro de entonces, son hoy una realidad pasada que atesoro en el fondo de mi corazón y en el centro de mi alma con la noble convicción y la sana alegría de haber tenido la suerte de vivirlo y lo que es auténticamente importante: la oportunidad de aprenderlo.

En este blog hay muchas cosas que son parte de mi vida. Otras son mi vida entera. Hoy lo que comparto tiene más que ver con lo segundo que con lo primero. Gracias por adelantado por permitirme esta sinceridad.

Y oíd: Sed felices. Que sólo hay que querer.

Ah. Y que a mi padre no le gustaban las canciones de Perales.


No hay comentarios:

Publicar un comentario