O
“bring dir”, que en alemán significa “te lo ofrezco”. De aquí parece venir el
término brindis.
Brindis.
Pienso que lo mejor que podemos hacer en este día de mudanza de año es brindar.
Brindar por todos.
Yo
brindo. O sea, alzo mi copa, y la ofrezco antes de beberla. Ofrecernos. Qué
gesto más sencillo y más bello. Ofrecer a los demás antes de disfrutar un vino
o un rato bueno, que los malos ya vienen solos y pedimos ayuda casi
automáticamente si vienen dificultades. Brindar es compartir con los demás los
buenos ratos. Ofrecer a los demás nuestro ratico bueno. Nuestra alegría. El brindis
y todo lo que significa quizá sea el mejor antídoto para la epidemia de egoísmo
que está en el origen de tantas cosas que quisiéramos que no hubieran pasado en
los años a los que hemos ido dando carpetazo.
Brindo.
De modo especial, por los que nacerán en 2013 y por los que se casarán en 2013.
Y en general, por un 2013 que traiga 365 amaneceres. Y brindo por todos, y me
brindo – ofrezco - a todos, para que sepamos convertir cada amanecer en una
gran oportunidad de ser felices y de hacer felices a los demás.
“It’s true,
we`ll make a better day, just you and me”
Era
la hora de la siesta, esa siesta que casi nunca me echo por más español que me
sienta y por mejor que me siente. Estaba sentado junto a mi mujer, con la que
por la mañana había estado oyendo de nuevo, vía ecógrafo, el pujante ritmo
cardíaco de nuestra pequeña Inma a la que hace algunos meses me atreví a
prebautizar aquí como “porvenir”.
Habíamos
visto a la caperucita roja más graciosa que yo jamás haya visto o imaginado
nunca, y tenía la sensación de orgullo inmensa e intensa viendo a mi propia
hija cantando dos canciones navideñas en la primera actuación pública con sus
compañeros de clase en el teatro del colegio.
Y
de pronto, teníamos enfrente a todo un coro de pinochos de cinco años con la
nariz tan alargada como cuenta el cuento cantando “it’s true, we’ll make a
better day, just you and me”. Hubo entonces una explosión de sentimientos en
cadena dentro de mi cabeza. Recordé mi etapa escolar, porque esta canción, la
de “We are the World, We are the children” fue la primera que aprendí yo a
cantar en inglés. Caí en la cuenta de que la última vez que canté esto yo era
un niño. Formaba parte de los “children” del “World” de entonces.
Pinocho,
cuya nariz es el símbolo internacional de la mentira cantando “es verdad,
haremos un futuro mejor, justo tú y yo”. El contraste era impactante. Porque en
ese momento no había verdad más cierta que la que yo tenía delante. Los niños
son el mundo, son los que conseguirán un futuro mejor. Son el empuje. La
verdad, la inocencia, y el impulso que salvarán al mundo. Vestidos de pinocho,
con sus narices largas, pero cantando verdades como puños.
Minutos
antes, estos niños de cinco años habían hecho sin darse cuenta algo excepcional
y revelador. Comenzó la canción con problemas técnicos de sonido. Los solistas,
alumnos de bachillerato, semiraban no
sabiendo bien qué hacer. Comenzaron de nuevo la canción pero los acoples de
sonido y los problemas de volumen hacían perder la referencia musical de la
canción y todo se iba al traste. Pero esos pinochos se pusieron a cantar.
Cantaron todos juntos el estribillo. Estaban deseando hacerlo. Se les veía
llenos de ilusión, de ganas, de empuje, de demostrar lo bien que se sabían la
canción que habían estado ensayando. Y sacaron adelante la canción.
Todo
un ejemplo. Ese coro de pinochos era una cascada de agua fresca y limpia que
inundó en pocos segundos el teatro del colegio.
El
mundo estaba dado la vuelta. Los de las narices largas, cantando verdades; los
demás, con narices normales, o incluso sin narices, no. Y ahí me quedo. Los
mayores, no sabiendo qué hacer para solucionar un problema, ni cómo ayudar a
solucionarlo. Y los pequeños, los recién llegados, solucionándolo.
Y
me busqué. Me busqué allí. Con emoción. Porque un día yo canté aquello. Y
porque por más años que cumplamos, no podemos renunciar a ser cascada de agua
limpia y fresca que renueve los pantanos de aguas estancadas que tanto abundan
en el mundo. Me busqué allí porque me avergonzaba encontrarme en el complejo
pantano donde los adultos nadamos y nos ahogamos porque no sabemos ver lo que
de verdad importa, ni sabemos encontrar la verdadera solución de los problemas.
Es
verdad. Los pinochos no mentían. Los niños salvan. Por eso esperamos que nazca.
Ojalá nazca en todos nuestros corazones el niño eterno. La cascada de las
cascadas. El manantial de los manantiales. El Salvador. La “fonte que mana y
corre”. Aunque es de noche. De noche de paz.