"Hoy puede ser un gran día, plantéatelo así. Aprovecharlo, o que pase de largo, depende en parte de ti"


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miércoles, 30 de noviembre de 2011

Líderes y liederes. Encantar y dar el cante

 
            Dichoso mes, este que comienza en los Santos y acaba en San Andrés. Hoy, último día de noviembre, estoy de aniversario porque hace 13 años que entré en el  bendito trabajo que me da sustento a mí y a mi familia, en el que tanto he aprendido y me he desarrollado profesionalmente, y en cuyo asador he puesto tantas veces, y las que queden, toda mi carne sin temor a quemarme.

Líder: Término español, derivado del inglés, “leader”, que significa guía.
Lieder: Término alemán, que significa canción, y que españolizo por mi cuenta y riesgo para describir el comportamiento de un líder que realmente no es tal.

Un lieder canta. O da el cante. Canta al Sol – que es un modo no sé si elegante de decir que es un cantamañanas – porque le fascina su brillo incesante, su poder, su majestad. Mira constantemente arriba y no sabe tener los pies en el suelo. Se siente seguro recibiendo la luz solar, de la que se considera en parte propietario, y que distribuye a los demás creciendo o decreciendo según las circunstancias. Es en este sentido un poco lunático, no “stricto sensu”, en términos de salud mental; sino por aquello de hacer un poco la función de la Luna. Distribuye luces y sombras a todos los que están bajo su potestad. Por otra parte, no sabe moverse en la oscuridad, donde se siente especialmente incómodo e inseguro, sin el calor del poder del astro rey. Es capaz por tanto de cualquier cosa, sin ningún tipo de miramientos, por tal de preservar el favor de su iluminación, esto es, el poder. Así pues, no deja de ser también una especie de iluminado.

Un líder, en cambio, más que cantar al sol, sabe encantar a la tierra, convencerla, persuadirla, motivarla. Porque la conoce y la trabaja de sol a sol, se pone el primero a servir y es capaz de arrastrar consigo un ejército de gente motivada. No viene tanto a repartir luz tal que fuera una prebenda o una dádiva, como a guiar hacia la luz a los que se mueven en la oscuridad. No le gusta llenarse de barro, pero no se deprime por hacerlo. No detesta la luz solar, que agradece cada mañana, pero sabe que sólo esperando amanecer el mundo no avanza. Ha recorrido tanto mundo, y se ha equivocado tanto, que sabe por dónde hay que ir hacia el éxito. Y lo más importante, convence a su gente como paso previo indispensable para vencer las dificultades del camino. Convencer para vencer. Y com-padecer para convencer.

NO existe liderazgo sin predicar con el ejemplo, con la integridad, con la coherencia, con el esfuerzo, con el sacrificio, con la verdad. El liderazgo no se gana con una varita mágica, en un instante; sino teniendo un espíritu constante de entrega capaz de dejarse, si falta hiciera, el lomo vareando todos los olivos de sierra Mágina.

El lieder recibe la “potestas” que le viene de arriba. El líder se gana la “auctoritas” de los que tiene a su cargo. El lieder ordena a los suyos que le sigan. El líder se mueve primero, y los suyos siguen confiados el camino. El lieder pide a los suyos que le entiendan. El líder entiende a los suyos y sabe qué les pasa antes de que se lo expliquen. El lieder se alimenta del es-trés de los suyos. El líder comparte el es-fuerzo de los suyos. El lieder se equivoca siempre por culpa de otros. El líder se equivoca siempre por responsabilidad propia. Al lieder le gusta pedir explicaciones. Al líder le agrada darlas.

Como norma aconsejable, en cualquier lugar, tiempo o circunstancia, creo que el mundo necesita muchos más líderes que liederes. Pero en los tiempos que corren y en aquello que vivo y conozco, tengo claro que no se trata tanto de norma aconsejable, como de cuestión de supervivencia.

 Nos va el futuro en ello, creo. “¿Crees o estás seguro?” – me preguntó aquella tarde en tono grave el riguroso, serio y profundo profesor gallego de “Sistemas Lineales”. “Creo que estoy seguro”.

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