"Hoy puede ser un gran día, plantéatelo así. Aprovecharlo, o que pase de largo, depende en parte de ti"


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sábado, 14 de abril de 2012

Efemérides y otras cosas


“…¡Andaluces, levantaos!,
¡Pedid tierra y libertad!,
Sea por Andalucía libre,
España y la Humanidad.

Los andaluces queremos
volver a ser lo que fuimos:
hombres de luz, que a los hombres,
alma de hombres les dimos…”

                                        (del Himno de Andalucía)
 
 

Los andaluces hemos querido seguir siendo lo que fuimos. Los andaluces seguimos pidiendo tierra, antes y más que libertad. Tierra para comer hoy, antes y más que libertad de elegir un cambio de rumbo que evite, o al menos lo intente, darnos de bruces con el iceberg que está ahí, queramos o no queramos. Lo veamos o no. Nos lo enseñen o no. Sepamos o no que lo que se ve del iceberg no es más que una mínima porción de su tamaño y su peligro. Tamaño real. Peligro real. Pero queremos seguir siendo lo que fuimos. Que siga tocando la orquesta. Ponme otro coñac, que este barco lo aguanta todo. Que un barco tan grande es imposible que se hunda.

A “Titanic” no lo hundió su peso colosal, ni el iceberg - que creo que nunca tuvo nombre, como Islero, aunque le va que ni pintado de blanco… -,  tampoco lo hundió el que avistó el iceberg y dio la voz de alarma con igual intensidad y antagónica motivación que Rodrigo de Triana, que por cierto fue uno que partió de Andalucía buscando tierra y libertad, ni el capitán y oficiales que intentaron evitar una tragedia de más de 40.000 toneladas en menos de un minuto (tocaban a mil toneladas por segundo…),  ni el pasaje, presa de los nervios y de una letal cárcel de acero, y que pedía desesperadamente tierra para escapar y libertad para vivir, ni los músicos que, descontando compases hasta el fin, apaciguaban una situación feroz donde a la paz el agua comía terreno cada minuto que pasaba, ni siquiera Arquímedes, ni la Física,… No. Ninguno de estos hundió realmente a “Titanic” aquella noche de un 14 de abril. A “Titanic” lo hundió la ambición de un naviero que decidió ir más rápido de lo que era recomendable sin medir ni importarle los riesgos ni las consecuencias, la ambición de un hombre cobarde, frívolo y además superviviente, que probablemente era tan iluso y tan idiota que se consideraba por encima de los elementos. De todos los elementos. Seguramente, un hombre de esos que están convencidos de que hay que dar al César lo que es del César, y también lo que es de Dios. Uno de esos que no duda en empujar fuera del carro al que sostiene la corona de laurel tan pronto como se le ocurra decirle “recuerda que sólo eres un hombre”.

¡Qué pocas luces!    

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