“…¡Andaluces,
levantaos!,
¡Pedid tierra y
libertad!,
Sea por Andalucía
libre,
España y la Humanidad.
Los andaluces queremos
volver a ser lo que
fuimos:
hombres de luz, que a
los hombres,
alma de hombres les
dimos…”
(del Himno de
Andalucía)
Los andaluces hemos querido seguir siendo lo
que fuimos. Los andaluces seguimos pidiendo tierra, antes y más que libertad.
Tierra para comer hoy, antes y más que libertad de elegir un cambio de rumbo que
evite, o al menos lo intente, darnos de bruces con el iceberg que está ahí,
queramos o no queramos. Lo veamos o no. Nos lo enseñen o no. Sepamos o no que
lo que se ve del iceberg no es más que una mínima porción de su tamaño y su
peligro. Tamaño real. Peligro real. Pero queremos seguir siendo lo que fuimos.
Que siga tocando la orquesta. Ponme otro coñac, que este barco lo aguanta todo.
Que un barco tan grande es imposible que se hunda.
A “Titanic” no lo hundió su peso colosal, ni el
iceberg - que creo que nunca tuvo nombre, como Islero, aunque le va que ni
pintado de blanco… -, tampoco lo hundió
el que avistó el iceberg y dio la voz de alarma con igual intensidad y
antagónica motivación que Rodrigo de Triana, que por cierto fue uno que partió
de Andalucía buscando tierra y libertad, ni el capitán y oficiales que
intentaron evitar una tragedia de más de 40.000 toneladas en menos de un minuto
(tocaban a mil toneladas por segundo…),
ni el pasaje, presa de los nervios y de una letal cárcel de acero, y que
pedía desesperadamente tierra para escapar y libertad para vivir, ni los
músicos que, descontando compases hasta el fin, apaciguaban una situación feroz
donde a la paz el agua comía terreno cada minuto que pasaba, ni siquiera
Arquímedes, ni la Física,… No. Ninguno de estos hundió realmente a “Titanic”
aquella noche de un 14 de abril. A “Titanic” lo hundió la ambición de un
naviero que decidió ir más rápido de lo que era recomendable sin medir ni
importarle los riesgos ni las consecuencias, la ambición de un hombre cobarde,
frívolo y además superviviente, que probablemente era tan iluso y tan idiota
que se consideraba por encima de los elementos. De todos los elementos.
Seguramente, un hombre de esos que están convencidos de que hay que dar al
César lo que es del César, y también lo que es de Dios. Uno de esos que no duda
en empujar fuera del carro al que sostiene la corona de laurel tan pronto como
se le ocurra decirle “recuerda que sólo eres un hombre”.
¡Qué pocas luces!
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