Treinta
y nueve es el triple de trece. Y sé muy bien lo que estoy diciendo, que tiene
poco que ver con las cábalas matemáticas, menos aún con cifras supersticiosas,
pero sí que tiene mucho que ver con mi vida, y no sólo porque sean treinta y
nueve el número de escalones que conducen al segundo de Real, 19.
Pienso
que los números siempre tienen una doble naturaleza simbólica. Tanto en lo
matemático o universal, por las magnitudes que representan; como en lo
psicológico o personal, por el valor que luego cada cual queramos darle. Así
que para mí treinta y nueve es una referencia. Un listón. Una línea. Una
altura. Una marca. Una meta volante a la que me acerco emocionado.
“Ese
escalofrío que notas ahora por la espalda es la emoción. Es normal. Y es bueno”.
No sé cuándo, ni en qué contexto, pero jamás olvidaré quién me explicó esta
sensación evidenciando que me conocía tanto como para saber sin fallo, aunque
yo no lo dijera, lo que pasaba por mi cuerpo la primera vez que, allá por el
primer tercio de la vida que llevo vivida, noté con desconcierto la primera
sacudida, la primera de tantas que han venido luego, que recorre el cuerpo de
arriba a abajo cuando vivimos momentos especialmente intensos, sea en la
felicidad más radiante, sea en la pena más honda.
Así
que tengo la ilusión grande de llegar al escalón treinta y nueve. A esta
referencia. A este piso. A este nivel. A esta marca. Entre otras muchas causas,
que muchas hay para celebrarlo, para dar gracias por ello y seguir viviendo
intensamente, exprimiendo cada minuto y valorando el regalo de cada amanecer,
pensando que hoy siempre “puede ser un gran día, imposible de recuperar”, y sin
renunciar jamás a sentir la realidad de la vida pasearse por mi cuerpo como
corresponde, con todo lo que la vida trae y conlleva, con todas sus risas y con
todos sus llantos, con todas sus emociones. Porque eso es normal. Y es bueno.
Porque eso forma parte de la vida. Y parte de mi vida.
Lo
mejor de las referencias, cuando son buenas y verdaderas, es que nos enseñan a
seguir siendo pequeños, y nos ayudan a visualizar en cuántas cosas nos hemos
equivocado, y en cuántas podemos mejorar en los escalones que nos queden por
subir. Y nos permiten orientarnos mejor en el mapa de la vida, que a veces se
nos arruga demasiado.
Dos de mayo. Pienso que hoy es un
hermoso día para felicitar a quien más supo y mejor me enseña cómo se vive de
verdad. Y justo en este momento, cerrando este escrito, caigo en la cuenta de
que precisamente en la víspera de este día he disfrutado de una magnífica
jornada de campo con mi mujer y mi hija, y juntos hemos subido andando tres
kilómetros hasta Cumbres Verdes. Cumbres… Verdes… Y la única amapola encontrada
en el camino no se nos ha perdido. Entre otras cosas, porque a Lola le ha
gustado.
Acabo de leer ese "treinte y nueve", ese "triple de trece". A mí también me dice mucho. Eres tan grande como Ella. Y a la única amapola le ha gustado Lola. Te quiero mucho.
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