"Hoy puede ser un gran día, plantéatelo así. Aprovecharlo, o que pase de largo, depende en parte de ti"


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sábado, 28 de julio de 2012

Espíritu edificante (reflexiones pre-vacacionales)


            Vaciarse. Entregarse por entero, sin remilgos. Sin condiciones. Sin esperar recompensa. Darse. Repartirse. Esparcir por el mundo trozos del alma como si fuera una distribución anticipada, en vida, de las propias reliquias de uno mismo.

Esto es bueno. Siempre lo he pensado y siempre lo pensaré. Es una de mis banderas vitales. Porque soy de los que están convencidos que el depósito de nuestra felicidad no se encuentra exclusivamente dentro de uno mismo, sino distribuido en los demás, en el prójimo. Llenando los depósitos de felicidad de otros, estamos realmente elevando también nuestro índice de felicidad. Por eso me vacío tanto. Por eso me entrego tanto a tantas cosas y sobre todo, a tantas personas y a tantos colectivos.

            Pero creo que he cometido un error. Y grave. Aunque confío estar a tiempo de rectificar. Tengo claro que hay un depósito concreto en el que he puesto muchísimo, en el que me he derramado especialmente, pero no sé si el depósito tiene agujeros por abajo (“churn”, se llama a veces técnicamente), o si ese depósito es humanísticamente hablando tan diminuto que todo lo que yo humanamente hablando haya echado allí en realidad está desperdiciado, perdido, derramado.

            Estoy exhausto. Decirlo cuando realmente no se está, es vil. Pero callarlo y negarlo cuando realmente se está, es un peligro para uno mismo. Tuve un profesor de Economía que nos explicó un día con un ilustrativo símil la diferencia entre colaborar y comprometerse: un plato de huevos con chorizo. Para la preparación de este plato, la gallina colabora, y el cerdo se compromete. Siguiendo el símil, llevo siendo cerdo muchos años, poniendo toda mi carne en un asador de donde todavía tengo que intentar no salir carbonizado. Siempre he preferido ser cerdo que no tiene problema en tirarse al barro, y que da generosamente su propia carne para deleitar a los demás, que ven aprovechable en él todo cuanto tiene, a ser gallina que se sube a un palo, cacarea permanentemente y anuncia cada huevo que pone como si fuera lo más importante que ha ocurrido en ese momento en el mundo.

            Hay que usar la cabeza, que para eso está. Pensar. Reflexionar. Lo hago. Y encuentro la receta, la terapia, el tratamiento: espíritu edificante. El que siempre tuve y quizá últimamente he perdido como el que pierde una brújula. Edificarse es crecer. Es trabajar por uno, es formarse, es aprender, es forjarse, es construirse, es mandar en uno mismo. Es ser arquitecto de desarrollo de mi propia alma (que el gran Arquitecto de todas las almas es Otro…). Edificarse es ser positivo, ir a más, siempre a más. Es avanzar, nunca retroceder, pero hacerlo al propio ritmo, llevando el compás, la batuta, el tiempo, el destino. Edificarse es paciencia, piedra a piedra, ladrillo a ladrillo, sin prisa y todo dentro de un plan bien pensado y que al mismo tiempo se rehace cada día: el plan de vivir.

            Y esto empieza hoy.

            Hoy puede ser un gran día, y así me lo planteo, porque aprovecharlo o que pase de largo depende en parte de mí, como dice la canción. Y en lo que a mí respecta, dejo desde ya que me invada completamente el espíritu edificante. El que llenó mi alma y el que jamás debí dejar que saliera por la ventana del alma mientras abría de par en par las puertas dando paso a todo y a todos con una generosidad mal entendida que confunde darse con dejarse avasallar.

            “Eres muy responsable”. Esto lo he oído muchos cientos de veces en mi vida. Debe ser verdad. Así que, como responsable que soy, respondo de mi error. Nadie ni nada tiene la culpa de mis desdichas, sino que soy yo quien tengo la oportunidad de enderezar lo torcido. Soy libre. Libérrimo. En mi alma mando yo, con permiso del Creador, y a restaurarla me pongo, con espíritu edificante.

            Creo que llego a tiempo. Gracias a Dios.

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