El trabajo en general da sus frutos. El
trabajo en equipo, también. Más aún.
Del Bosque es grande. Física y
psicológicamente. Ve la vida y sus avatares con esa óptica que tienen los que
saben cuánto vale un peine, pero un peine de verdad. No el que se usa para
peinar cabellos, que a gente como él, poca falta le hará. Yo digo el peine con
el que colocar a diario los pensamientos en la cabeza, para que no se nos
convierta la mollera en una madeja ingobernable entre lo que nos despeinemos nosotros
y lo que nos despeine la vida y sus vendavales. Del Bosque es sabio en fútbol y
en la vida. Del Bosque es un huevazos, en el sentido más cojonudo del término. O
sea, no un indolente. Un huevazos. Porque sabe aguantar chaparrones, que la
vida los trae de serie y muchos. Y fuertes. Y por eso mira así, de frente y sin
alterarse, todo lo que se le ponga por delante, sea en la euforia más
contagiosa, sea en la decepción más honda. Sabe ponerse delante de su equipo,
protegiendo lo que más importa, que es que el equipo funcione como tal, sin
intromisiones externas, tanto en las duras como en las maduras. Sabe que los
trapos sucios, que su equipo, como todos, los tendrá, se lavan en casa y con
mucho respeto. Pero sobre todo, sabe que ganar la Eurocopa, y el Mundial, y
otra Eurocopa, y todo seguido, es muy importante, y muy meritorio, y muy
extraordinario, pero no lo más grande que uno puede hacer en la vida.
Ojala la gente sepa ir donde va este
Vicente. El trabajo en equipo, real y leal, auténtico y sin trampas, sincero y
sin dialécticas, riguroso y sin banalidades, da sus frutos. Los Frutos del
Bosque. Que son los frutos menos sofisticados, pero los más naturales. Y todos
los frutos de este Del Bosque que yo conozco me parecen admirables. Todos.
Gracias, Vicente. He aprendido mucho. Te
lo dice un español que sabe de fútbol menos que de primas de riesgo, que ya es
decir…
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